Mi nombre es Mary Rodríguez. Crecí en un hogar disfuncional, sin la presencia de un padre, criada solo por mi madre. Desde pequeña fui una niña vulnerable, marcada por varios intentos de abuso que dejaron heridas invisibles, pero muy reales. Aprendí a sonreír por fuera mientras por dentro me rompía en silencio.

Años después, ya siendo adulta, me casé, fui madre y servía activamente en la iglesia; tenía un ministerio. Desde fuera, parecía tener una vida estable, incluso espiritual. Pero los traumas no resueltos de mi infancia comenzaron a manifestarse con fuerza. Sufría ataques de pánico constantes. Cada semana terminaba en la sala de emergencias sintiendo que me moría, sin saber por qué.

Un día, cansada de vivir rota mientras servía a Dios, me armé de valor y le pregunté: “¿Por qué estoy enferma, si yo te sirvo?”.